11. Inclusión social

TODOS SOMOS ESPECIALES

¡Ah! ¿Todavía no os lo he explicado? Hace unas semanas decidí apuntarme a un nuevo equipo de baloncesto. Está cerca de la escuela y me gusta porque entrenamos más días a la semana. ¡He hecho nuevos amigos y lo paso de maravilla! Por cierto, uno de estos amigos es Lhassen. Tengo muchas ganas de que lo conozcáis. Él es de Marruecos y tiene la misma edad que yo. A veces me habla de cómo vivía allí o de cómo fue su viaje para llegar hasta aquí. Pienso que es muy valiente. Cuando se lo digo, sonríe un poco, porque es muy tímido.

Pero os tengo que confesar una cosa. Al principio, ni yo ni ninguno de los compañeros del equipo nos llevábamos demasiado bien con Lhassen. Cuando llegábamos al polideportivo, le veíamos aparcando una bicicleta que era una pasada. ¡Ya nos habría gustado a nosotros tenerla! ¡La mía, a su lado, era feísima! La suya era grande, reluciente y de último diseño. Todos le teníamos un poco de envidia. Un día, un compañero del equipo nos dijo que seguro que Lhassen la había robado, porque un chico como él no  podía tener una bicicleta tan bonita. Nosotros le creímos y empezamos a ignorarlo en los entrenamientos. No le pasábamos la pelota y casi no le hablábamos.

Una tarde, cuando Lhassen estaba a punto de subir a su bicicleta, corrimos hacia él. Uno de los chicos le dijo que debía devolver la bicicleta a su propietario. Él no respondió. Entonces otro compañero añadió: ¡Tú no eres de aquí! No puede ser que tengas una bici así. Yo decidí defenderlo. Quizás alguien se la ha regalado, dije. Todos me miraron: ¿Qué te pasa ahora, Sam?

Lo hice porque aquellos comentarios no me gustaban lo más mínimo. Ni siquiera le conocíamos, ¡no podíamos acusarle de ser un ladrón! Cuando  vio que yo no les seguía el rollo, Lhassen se atrevió a hablar. Nos explicó que había una ONG que intentaba impulsar la superación de los jóvenes como él mediante el deporte y que ahí le habían dado esa bicicleta, para que entrenara. ¡Y así no llego tarde a la escuela!, dijo. Nos quedamos pasmados. Estaba claro que teníamos que pedirle perdón por nuestros prejuicios. ¿Alguna vez habéis tenido prejuicios? ¿Sabéis qué quiere decir la palabra prejuicio? Mis padres me han explicado que son las ideas que tenemos sobre una persona sin conocerla bien. Lo peor es que los prejuicios pueden hacer mucho daño, como en el caso de Lhassen, que se sentía solo y estaba triste.

¿Sabéis una cosa? Todo el mundo se merece el mismo trato, porque cada  persona es única. ¡Yo he aprendido que los prejuicios no sirven para nada! Si, en cambio, te atreves a conocer a la persona, puedes crear una amistad tan bonita como la que tenemos ahora Lhassen y yo. Por cierto, ¡él también os saluda!