¿Sabíais que la palabra jugar, del latín iocari, significa “hacer algo con alegría”? Y ese algo puede ser tocar, mirar, inventar, curiosear, soñar… En definitiva, vivir. Este mes, con motivo del Día de la Amistad, le hemos dedicado la entrevista al juego, porque jugar también es una forma de descubrir qué es la amistad. Recientemente, hemos tenido el placer de hablar con Imma Marín, madre de familia y emprendedora; especializada en educación, comunicación a través del juego y gamificación. También es la fundadora de MARINVA Juego y Educación y preside la Asociación IPA en España y el Consejo de Administración de PlayToGrowth. Con ella nos hemos preguntado cuál es el buen juguete, qué aprenden los niños cuando juegan o por qué es tan importante el juego consciente. Una entrevista en la que Imma, además, nos ha despertado las ganas de jugar. Por suerte, nunca es tarde, por muy adultos que seamos. Eso sí, que no falte la alegría.
Es inevitable empezar preguntándote cuál era tu juguete favorito.
Yo soy hija única y en mi infancia jugaba sola muchas veces. Me encantaban las muñecas. Tenía muchísimas y siempre iba con ellas. De hecho, siempre digo que conseguí aprobar mis estudios contándoles la lección a ellas. Las muñecas fueron mis primeras compañeras de viaje además de mi mamá, mi abuela y mi familia.
¿Hiciste buenos amigos jugando?
Por supuesto. Una de mis primeras amigas fue Vicky, que además era mi vecina, y jugábamos durante horas y horas en el rellano de la escalera con nuestras muñecas, inventándonos historias. También hice amigas en el colegio. Jugábamos a la hora del patio (entonces teníamos más tiempo de recreo). Ahora, todavía sigo haciendo buenos amigos y buenas amigas con el juego. Tengo compañeros con los que quedamos una vez al trimestre para hacer una partida y jugar también nos sirve para mantener la ilusión de volvernos a encontrar.
Jugar es cooperar, escucharnos, negociar, colaborar, respetar, aprender a ser flexibles y tolerar que el otro puede ser diferente a nosotros.
¿Cuándo empezaste a pensar que el juego era algo más que divertirse?
Realmente hubo un momento clave y fue en el año 1989, cuando se celebraba el 30º Aniversario de la Convención de los Derechos del Niño. Yo estaba en un centro de tiempo libre y decidimos organizar una serie de actividades para hablar y reflexionar sobre los derechos de los niños. Durante la preparación, leí el artículo 31 sobre el Derecho a los niños a jugar. Lo cierto es que aunque el juego formaba parte de nuestra metodología en el centro, no habíamos puesto suficiente conciencia. Entonces pensé, ¿por qué desde Naciones Unidas dicen que esto de jugar es tan importante como el derecho a la alimentación, salud o tener una familia? ¿Qué hay realmente detrás del juego? Eso disparó mi motivación porque a partir de entonces quise saber más, investigar, leer y ya no pude dejar de jugar.
¿Y cómo encontraste tu vocación?
Al sumergirme en esta investigación, descubrí muchas cosas que no sabía y algunas me parecieron todavía más apasionantes, como la idea de que jugar no es solo cosa de niños. Jugar es una capacidad del ser humano, igual que pensar, amar o escuchar y eso nos hace más personas. Me interesaba saber qué beneficios nos aporta o estudiar cómo esa libertad que nos da el juego, nos ayuda a ser personas con más capacidad de disfrutar (incluso a pesar de las miserias que la vida trae consigo, como la COVID-19). También me apasiona que las organizaciones que juegan, con actitud lúdica, funcionen mejor, sean más flexibles y más ágiles. A mí esto me ha cautivado y por eso me dedico a jugar y a hacer jugar a las personas y a las organizaciones.
Tenemos que entender el juego como una actitud vital, una manera de descubrir, explorar o curiosear lo que nos rodea.
Entonces, ¿aprendemos más jugando?
Aprendemos más y mejor. Ahora ya sabemos, por la neurociencia, que la letra con sangre no entra; más bien mata. Pero sí entra jugando porque es la manera natural de aprender. A un bebé nadie le enseña a caminar, gatear o comer y sin embargo, aprende. ¿Cómo? Jugando, en el sentido más amplio. Tenemos que entender el juego como una actitud vital, una manera de descubrir, explorar o curiosear lo que nos rodea. Ese asombro que nos viene innato es la manera natural en que las personas aprendemos. Esto requiere esfuerzo pero no lo sientes como pesado. Es un esfuerzo con alas: el flow. Para aprender, necesitas disfrutar. Solo así, quieres saber más, dedicar horas y por eso, hasta que no consigues solucionar un reto, no paras. Esa es la diferencia: los juegos te proponen retos, no problemas. El otro día, miré el tablón de anuncios de una escuela y publicaban los libros que los alumnos necesitan para septiembre y en el curso de P4, me llamó la atención la “libreta de problemas”. ¿A los 4 años vamos a ponerles problemas? ¿No sería mejor ponerles retos o enigmas a descubrir?
¿En qué momento el juego es efectivo a nivel educativo? ¿Nos podrías dar un ejemplo de cómo el juego transforma?
Para empezar, tenemos que entender que el juego es libre, no se puede obligar a jugar y es placentero. Cuánto más esfuerzo me ha costado superar algo, más placer siento. Además, es gratuito. No esperamos ningún otro beneficio que el puro placer de jugar. Jugamos porque nos gusta y nos supone un reto. Así que, el punto de partida debería ser lo que les interesa a los niños. ¿Cómo podemos motivarlos? ¿Por qué no hacemos el currículum escolar según sus intereses? ¿Por qué los adultos no nos esforzamos en escucharles? En segundo lugar, dejemos que jueguen. El objetivo es que sean autónomos y que se sientan protagonistas. Y por último, acompañemos siempre el juego de una reflexión, de una pregunta. Os pondré un ejemplo de un aula de niños de ciclo inicial que estaba decidiendo cómo abordar un proyecto sobre el agua. Entre todos, decidían qué les interesaba saber del agua para poder tratarlo en clase durante una semana. ¿Sabéis cuál fue la pregunta que ellos consideraron más importante? ¿Tiene piel el agua? Increíble, ¿verdad? A pocos adultos se nos hubiera ocurrido que esto podía ser de su interés.
Porque está claro que los niños y niñas piensan de otra manera. El juego es fundamental para aprender a escucharlos.
Como adultos, nos falta aprender a confiar en ellos. Creemos que tenemos el conocimiento y sabemos lo que les pasa, lo que sienten… Pero somos poco humildes y no pensamos que nadie mejor que un niño para saber si tiene frío o calor o si está alegre o triste. Confiar en la capacidad de autorregulación de los niños desde que nacen es importantísimo. En cambio, nos han enseñado que somos nosotros, los adultos, los que marcamos las pautas. Sería todo más fácil si escucháramos más y habláramos menos.
¿Cuándo compramos un buen juguete? ¿Cómo podemos saber que es una decisión acertada?
Antes de nada, es importante que el repertorio lúdico del niño o niña sea lo más variado posible, más que pensar en un juguete en concreto. Dicho esto, la primera regla de oro sería que el juguete interesara al niño o niña, no a los adultos. La segunda es que sea adecuado en la edad. Nos parece que nuestros hijos son los más inteligentes del mundo y a veces quemamos etapas demasiado rápido. Tenemos la suerte de ser una generación que vive más tiempo así que, ¿por qué tanta prisa para entrar en la adolescencia a los 10 años y no salir hasta los 30 y pico? Por otra parte, los fabricantes se esfuerzan y nos indican en las cajas para qué edad se recomienda el juguete pero no siempre es fácil. Con un primer hijo, cuando se enfrenta a un juego de construcción, a lo mejor le cuesta un poco. En cambio, su hermano pequeño, que a lo mejor ya ha estado en contacto con ese juguete antes de otra forma, irá más rápido. ¿Es más listo? No, pero ha tenido la experiencia de ese objeto antes. La tercera es que sea estimulador y despierte las ganas de saber, tocar, mirar, preguntar… Y no olvidemos que sea seguros, con la marca de la comunidad europea.
El buen juguete es el que interesa al niño o niña, no al adulto; es adecuado a su edad y despierta su asombro.
Desde Formación en Juego, que están siguiendo la entrevista, añaden que sea un juguete “que permita ser transformado”.
Sí, que sean juegos no estructurados y no tengan una finalidad predeterminada. Por ejemplo, un juego de construcciones que sirva para imaginar cosas, más allá de construir algo, o incluso en un juego de mesa, cuando cambiamos una regla, ya lo estamos transformando. El buen juego y el buen jugador es capaz de transformar incluso una partida de ajedrez.
Pero no siempre hablamos de juguetes. La música también puede ser un juego para aprender valores, ¿no?
Cuando no hay recursos para comprar juguetes, es importante pensar cómo brindamos espacios y lugares para que cualquier objeto se convierta en un juguete. El mejor ejemplo es el juego en la naturaleza, porque los niños son capaces de imaginar mundos maravillosos con una simple hoja o rama que se encuentren. ¿Conocéis el origen de la ludoteca? Hay varias teorías y una de ellas nos lleva hasta Argentina. Allí, en un barrio pobre con muchas necesidades, los niños iban a una tienda de juguetes y se quedaban embobados en el escaparate. El dueño de esa tienda, alguien con mucha sensibilidad, decidió sacar una caja con juguetes a la calle. La primera vez, los niños cogieron los juguetes y no volvieron pero el hombre no se deprimió y continuó sacando juguetes hasta que los niños aprendieron que si dejaban los juguetes, al día siguiente los volvían a encontrar. Esa fue una de las semillas de las ludotecas que hay en todo el mundo, cuyo objetivo es facilitar espacios y juguetes a los niños.
Durante el confinamiento, las familias hemos tenido la oportunidad de estar más con nuestros hijos y combinar teletrabajo, convivencia… ¿Por qué es importante una mirada positiva en un contexto tan negativo como el que hemos vivido? ¿Cómo influye en el aprendizaje para esos niños?
Los adultos deberíamos trabajar nuestros miedos, incertidumbres y transmitir a los niños paz, positivismo, incluso en medio de tragedias. Y eso tiene que ver con la actitud lúdica. La vida te entrega las cartas que ella quiere y algunas no son las que hubieses elegido. No podemos escogerlas pero sí podemos decidir qué hacemos con ellas y qué transmitimos a nuestros hijos. En Marinva hemos decidido empezar a hablar de “abrazar la incertidumbre” porque si hay algo cierto es que el mundo es incierto. Si pensábamos que podíamos controlar algo, ya sabemos que no es así y no se nos debería olvidar. Y sobre todo, aprender a vivir en el presente, para bien o para mal. Los niños viven siempre en el presente y los adultos no. Por eso no nos encontramos. Vivimos en realidades paralelas. Yo propondría que nos hiciéramos algunas preguntas: qué hemos aprendido en este tiempo, qué nos ha enseñado toda esta crisis que hemos pasado, qué queremos conservar en estos meses de convivencia, para después trasladarlo a nuestros hijos. Necesitamos entrenar el vivir en el presente, darnos margen de error, vivir la dificultad como aprendizaje.
Aprendamos a vivir en el presente, para bien o para mal. Los niños viven siempre en el presente y los adultos no. Por eso no nos encontramos.
Porque entonces, ¿una cosa es la incertidumbre y otra el miedo?
Exacto, aunque también el miedo es positivo. Fíjate que he llegado a escribir más de 150 beneficios al sentir un miedo concreto. Hay cosas buenas en el miedo si las conoces y no te bloqueas. Por ejemplo, el miedo me hace mantener la distancia de seguridad en la calle. Ahora bien, cuando ese miedo no me deja salir, entonces ya me hace daño. Somos nosotros los que mandamos a los sentimientos y no debería ser al revés.
Hablemos de las TICS. ¿Qué papel tienen en el juego?
La tecnología nos brinda muchas posibilidades pero también tiene puntos negativos. En las primeras etapas, de los 0 a 6 años, yo recomiendo que prevalezca el juego natural, con la naturaleza, al aire libre y con otros (hermanos, adultos, iguales…). Si esto no lo hacemos de pequeños, luego será más difícil adquirir otros aprendizajes. Entonces, a medida que aprendemos a controlar, podemos introducir esas pantallas, juegos y aplicaciones increíbles. La oferta es cada vez más grande pero para que los niños puedan gestionarlo, tienen que ensayar un juego más sensorial, táctil, natural. Por lo tanto, de los 0 a 3 años, cuántas menos pantallas mejor y siempre con un adulto al lado y de los 3 a los 6 años, introducimos pantallas pero mantenemos el juego natural. Y respetando, por ejemplo, que en la cena no haya móviles, ni tabletas… El niño tiene que disfrutar de la comida, decidir si tiene más hambre o menos, conversar… En la mesa no hace falta ninguna pantalla pero los adultos tenemos que ser los primeros en aprender.
De los 0 a 3 años, cuántas menos pantallas mejor y siempre con un adulto al lado y de los 3 a los 6 años, introducimos pantallas pero mantenemos el juego natural.
¿Nos puedes hablar de un juego que fomenta la alimentación saludable o la inclusión?
Por ejemplo, jugar con los alimentos es bueno para descubrir los sabores o aprender nuevos alimentos. No se trata de hacer el avión con el tenedor, pero está bien que nos ayuden en la cocina o que preparen con nosotros una receta. Lo mejor es que no hace falta inventarse nada, con vivir las situaciones diarias es suficiente. Os propongo una escena: lavar los platos con un niño de 7 años. Sí, va a caer agua y a lo mejor algún plato no va a pasar el control de calidad, pero, ¿qué problema hay en ello? Eso también es un juego porque convierte una rutina en algo extraordinario. Para la inclusión, cualquier juego que se nos ocurra, que tenga lugar en la calle, en grupo. Lo importante es que al acabar la vivencia, nos hagamos unas buenas preguntas y una buena reflexión sobre la aceptación del otro, la tolerancia o el respeto.
A veces no es tanto el juego sino cómo convertimos una situación en algo significativo y somos conscientes de lo que se ha vivido para extraer aprendizajes valiosos.
Imma, háblanos del concepto Ciudades Play. ¿Qué son exactamente?
Pues es una idea que nace de otro concepto muy interesante, La ciudad de los niños, creada por el italiano Francesco Tonucci y que convierte las ciudades en lugares para que los niños nazcan y crezcan de manera sana, segura, libre, holística. Si ellos viven bien, todos vivimos bien. Hay ciudades en las que Tonucci ha trabajado muchísimo. Pues bien, de esa idea nace Ciudad Play y de ahí surge Playful Paradigm en países como Irlanda, España, Portugal, Grecia o Lituania. Todas ellas se asocian y presentan una buena práctica para potenciar el juego que se replica en sus ciudades. Por eso es fundamental crear un ecosistema para que se pueda llevar a cabo. Esplugues de Llobregat es la ciudad española Playful Paradigm con un ecosistema que se ha conjugado para que la ciudad sea lo más play posible. Esto influye en temas urbanísticos, en la gestión de ludotecas, la celebración del día del juego y la principal consecuencia es que se desarrolla mucho más el Play Thinking.
Play thinking, qué gran concepto.
Sí, porque nos ayuda a mejorar nuestra capacidad de ser.
¿Los adultos deberíamos jugar más?
Por supuesto. Es una capacidad del ser humano que mantiene el asombro hasta que nos morimos. No solo hablamos de jugar partidas. Se trata de tomarnos la vida como un juego.
Os recordamos que si queréis conocer un poco más a Imma y compartir un rato con nosotros, esta entrevista también puede consultarse en nuestro perfil de Instagram.
¿Vosotros también tenéis ganas de jugar con conciencia?