Los niños son los últimos en llegar. Los nuevos. Los que lo desconocen todo y los que deben descubrir el funcionamiento -nada fácil- de la sociedad en que les ha tocado vivir. Deben entender un mundo que ni siquiera entendemos los adultos, a pesar de estar más entrenados que ellos. Del mismo modo que ellos no nacen con un manual de instrucciones bajo el brazo, tampoco disponen de los códigos que les permitan descifrar todo aquello que les rodea. Y es así como lo más precioso de la infancia, la inocencia, se convierte en vulnerabilidad. El peligro de sufrir abusos de todo tipo. Porque los niños están a expensas del poder adulto, que apela a la experiencia para decidir por y para ellos. A veces, a menudo -casi siempre, en realidad- sin pedirles su opinión. Puede que estemos demasiado acostumbrados a tomarlos a la ligera. Que seamos demasiado condescendientes con ellos. Que nos consideremos tan responsables de su presente que construyamos un futuro más a nuestra medida que a la suya. Y ellos, precisamente, son el futuro, así que, puede que tengan algo que decir al respecto.
El 20 de noviembre se celebra el Día Universal del Niño. Una buena fecha para recordar lo que debemos tener presente cada día: que los niños son personas con su independencia y sus derechos. Les debemos respeto y dedicación para garantizarles una vida presente y futura digna y llena de oportunidades.
Casi la mitad de todos los niños del mundo están gravemente expuestos a los efectos del clima.
La crisis climática es una crisis de la infancia
Casi 200 países son los que forman parte de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Del 31 de octubre al 12 de diciembre, están reunidos en la llamada COP26, la cumbre internacional sobre el cambio climático que se celebra en Glasgow. De las conclusiones y acuerdos a que se llegue en esta cumbre dependerá el futuro de millones de niños, los principales afectados por la emergencia climática.
Según Unicef, mil millones de niños -casi la mitad de todos los niños del mundo- están gravemente expuestos a los efectos del clima. Todos ellos viven en alguno de los 33 países considerados de alto riesgo.
Recientemente se ha hecho público “La crisis climática es una crisis de los derechos de la infancia: Presentación del índice de Riesgo Climático de la Infancia, el primer análisis sobre los riesgos climáticos en los niños”, con unas conclusiones mucho menos optimistas de lo que se esperaba. Este estudio revela dónde y de qué forma son vulnerables los niños a los efectos del cambio climático, y cómo les afecta en la consecución de sus derechos: desde el acceso a un aire limpio o agua potable hasta el riesgo a ser explotados. Y no, no solo hablamos de los países en situación límite, como la República Centroafricana, El Chad o Nigeria, Henrietta Fore, directora ejecutiva de Unicef afirma que “la vida de prácticamente todos los niños se verá afectada”. Inundaciones, olas de calor o la contaminación ambiental en aumento son solo algunos ejemplos del impacto de esta crisis. “Sin embargo, todavía nos queda tiempo para actuar”, afirma Fore, “mejorar el acceso de los niños a los servicios esenciales, como el agua y el saneamiento, la salud y la educación puede aumentar notablemente su capacidad para sobrevivir a los peligros del clima”. En manos de los gobiernos está poner remedio mediante medidas como educación ambiental para que los niños tengan la capacidad de adaptación y resolución de conflictos o escuchar e incluir las opiniones de éstos en las decisiones relacionadas con el clima a nivel nacional e internacional.
Garanticemos sus derechos
Los niños tienen sus propios derechos y los adultos debemos garantizárselos. Padres, familia y gobierno tenemos el deber de velar por su derecho a la salud, a la educación y a estar protegidos. Esto es algo que deberíamos recordar cada día, pero una vez al año celebramos el Día Universal del Niño para mantener viva esta voluntad. Garantizar estos derechos es también el objetivo que organizaciones como Unicef o Save the Children persiguen y por lo que luchan en todo el mundo. Lo sorprendente es que no fue hasta el 20 de noviembre de 1959 que la Asamblea General de la ONU aprobó la Declaración de los Derechos del Niño. Antes, no existía ningún tratado que contemplara a los más pequeños. Aún así, esta primera declaración no tenía carácter legal. Tras años de negociaciones por parte de organizaciones, gobiernos y otras instituciones, se llegó a la Convención sobre los derechos del niño que los países firmantes están obligados a cumplir. Los 54 artículos de la Convención recogen derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos de todos los niños, sin hacer distinción, y se dirigen a gobiernos y al resto de agentes presentes en la vida de los niños y niñas: familia, docentes, profesionales de la salud… entre otros.
Un mundo de desigualdades
Todos sabemos que un niño nacido en Oslo tiene un millón de oportunidades más -por decir un número- que otro nacido en Mogadiscio. Pero no es necesario desplazarse muchos kilómetros para toparse con esta realidad. Dentro de una misma ciudad existen igualmente grandes desigualdades. Incluso a pocas calles de distancia. El nivel económico y social de las familias marca el futuro de todos los niños y si las diferencias ya eran destacables hace unos años, la pandemia de la Covid-19 las ha acentuado más. En una ciudad como Barcelona, por ejemplo, el 34% de los niños está en riesgo de pobreza. Es por esta razón que se el Ayuntamiento de la Ciudad Condal ha puesto en marcha el Plan de Infancia 2021-2030, que tiene como objetivo reducir estas desigualdades entre colectivos o zonas -barrios como Nou Barris o Besòs, con más afectación que otros-.
Un punto de partida desfavorable en la infancia se asocia a un menor acceso a la cultura y a la formación, bajo rendimiento escolar, una peor salud física y mental -que puede comportar incluso cinco años menos de vida- y un mayor riesgo de exclusión social. En 2020, según la Encuesta de Población Activa, el abandono escolar en España era del 16%, una cifra que probablemente responde a esta elevada tasa de pobreza infantil anteriormente citada.
Save the Children, junto con la Fundación Jesús Serra, también puso en marcha el programa “A tu lado” que tenía como objetivo paliar, en gran medida, las carencias de las familias afectadas por la crisis sanitaria. Este programa proporcionaba tanto bienes de primera necesidad -alimentos, cuestiones de higiene básica-, dispositivos y conectividad para el momento en que el confinamiento obligaba a la enseñanza a distancia y ayuda psicosocial. Con este programa, más de 2000 familias en situación de pobreza severa lograron vivir esta situación con un nivel de dignidad y de resiliencia mayor que la que hubieran tenido de otra manera.
Actualmente, en Europa hay 18 millones de niños viviendo en la pobreza, más de 2 millones están en España. La pobreza infantil es algo que se debe visibilizar y contra lo que debemos luchar, por el futuro individual de cada uno de los niños y para la buena salud de la sociedad entera.
La oportunidad de ser niños
El trabajo infantil es otro de los temas realmente alarmantes. Trabajo a menudo relacionado con la explotación de los más pequeños, que hace trizas los derechos humanos. Niños invisibilizados dentro de minas o tras los muros de factorías, sufriendo abusos y sometidos a horarios maratonianos. Situaciones críticas de lo que estos niños no pueden huir y que deben ser denunciadas, como lo hace Unicef en vídeos como éste.
Actualmente se calcula que unos 218 millones de niños en todo el mundo trabajan. La gran mayoría lo hacen en el sector agrícola, aunque también como sirvientes en casas o en grandes talleres y fábricas. Según la Organización Internacional del Trabajo, unos 73 millones están en riesgo, sufren abusos y esclavitud, están sometidos a prostitución, pornografía o son reclutados como soldados. Niños que deberían estar aprendiendo, jugando, que deberían estar protegidos sino por su entorno por los gobiernos de sus respectivos países, se ven abandonados y condenados a un futuro sin ninguna perspectiva o incluso a una muerte prematura.
Y aunque nos parezca que el trabajo infantil queda lejos según datos de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), en España hay 20 mil menores -identificados- víctimas de esta explotación. Pero esto, según la organización, podría ser solo la punta del iceberg ya que otros tantos podrían estar sufriendo la misma situación. Esta explotación acostumbra a estar relacionada con la prostitución, verse obligados a mendigar o a cometer delitos.
La facilidad a la hora de reclutar menores -vulnerables y con escasos recursos para combatir a sus captores- y las grandes ganancias que generan, ha convertido la explotación infantil en el tercer negocio criminal del mundo -solo por detrás de las drogas y las armas-. Según Save the Children, mueve cada año más de 23 millones de euros a nivel mundial.
Cerca de la mitad de las niñas cree que está justificado que un hombre la golpee bajo determinadas circunstancias.
El peligro de ser niña
Si las desigualdades se agudizan según la procedencia social y entorno en el que se nace, se agravan considerablemente para las niñas. No solo por lo que refiere a la explotación sexual infantil. El hecho de nacer niña condiciona los derechos humanos básicos en muchas sociedades.
Según Unicef, alrededor de 200 millones de niñas y mujeres de unos 30 países han sufrido la mutilación genital. 650 millones de niñas y mujeres contrajeron matrimonio antes de los 18 años. Embarazo infantil y adolescente, violaciones, violencia y vulneración de los derechos humanos básicos son solo algunos de los dramas que viven las niñas a diario.
Lo realmente preocupante es que cerca de la mitad de las niñas crea que está justificado que un hombre la golpee bajo determinadas circunstancias -como por ejemplo si no quiere tener relaciones sexuales, si discute o si se le quema la comida. La solución, todos estamos de acuerdo, reside en la educación.
Valor de futuro
Puede que resulte un tópico, pero cuidar el presente de nuestros niños es garantía de futuro. Cuidar de sus derechos, escuchar su voz y saber qué quieren, qué les inquieta, qué necesitan para su desarrollo. Y que todo esto no se quede en palabras, en una simple voluntad. Que se traduzca en hechos. Porque tal y como afirma la Convención de los Derechos de la Infancia, «no hay causa que merezca más alta prioridad que la protección y el desarrollo del niño, de quien dependen la supervivencia, la estabilidad y el progreso de todas las naciones y, de hecho, de la civilización humana».